En los últimos meses, han proliferado los análisis periodísticos y académicos sobre los cambios que ha provocado el Covid-19 en el mundo y que han llegado para quedarse. Ya todos hablamos de la “nueva normalidad”. Si bien los análisis difieren en el impacto que tendrá la pandemia en cuanto a su visión más o menos optimista, en su mayoría coinciden en un punto: la pandemia contribuye en gran medida a acelerar tendencias que ya se venían observando a nivel global. El consumo de la información es una de ellas.
El Informe de Noticias Digitales 2020 del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo confirma esta tendencia al mostrar que, en el último tiempo, el uso de las redes sociales como fuente de noticias aumentó de manera sustancial en todo el mundo. Una tendencia que la pandemia acelera y profundiza y que no necesariamente nos encuentra preparados. Porque si bien la manera de consumir la información está cambiando, muchos de nosotros seguimos pensando informarnos como si el ecosistema de la información siguiera siendo el mismo que 20 años atrás.
¿Somos realmente conscientes de cómo nos informamos? Esta pregunta resulta fundamental y me atrevo a decir que forma parte de una nueva y necesaria alfabetización de cualquier ciudadano responsable. Porque, así como los alimentos nutren a nuestro cuerpo, nuestro pensamiento, nuestras opiniones, nuestros sesgos y hasta nuestra visión del mundo, se nutren de la información que consumimos. En las últimas décadas empezamos a tomar cada vez más consciencia de la importancia de una alimentación saludable, pero aún no somos del todo conscientes de la necesidad de tener una dieta informativa sana y consciente.
Todo menú informativo está compuesto por contenidos, canales y medios. Los contenidos son la base, y se distinguen entre datos, hechos, conceptos, comentarios u opiniones. Los canales y medios de comunicación por otro lado son el lenguaje y soporte a través del cual se transmite el contenido. Si bien la digitalización abrió el camino para que estos dos últimos conceptos estén integrados, no son lo mismo. Los medios implican un lenguaje, una estructura de funcionamiento, con una metodología de elaboración de la información que permite arribar a la misma, mientras que los canales son solo los transmisores con un formato determinado de transmisión.
En los últimos 25 años, el universo de la información cambió abruptamente con consecuencias que aún estamos intentando comprender. Esta transformación comenzó con la aparición de internet y el proceso de digitalización y desmaterialización de los contenidos. Durante el mismo, la publicidad comenzó a migrar de los medios a los canales, donde la hiper-segmentación ofrecía una situación inmejorable. Luego, el surgimiento de las redes sociales dio lugar a una segunda etapa: la de la democratización de la información, que habilitó la interacción entre actores, el feedback directo y la capacidad de generar contenido y noticias por parte de cualquier ciudadano, lo cual nivela todos los contenidos sin diferenciación entre fuentes, autores o profesionalización del proceso de creación. Así, todos comenzamos a opinar en redes sociales y nos convertimos en “periodistas”, aunque no aplicamos ni la exhaustividad requerida ni las metodologías que ello implica.
Hoy estamos atravesando una tercera fase, en la que empezamos a tomar dimensión de las consecuencias de los cambios ocurridos en las dos etapas previas y decidimos abordarlas. Esta es la etapa de la infodemia, pero también de la creación de observatorios que luchan contra la desinformación y de las demandas de la ciudadanía de marcos éticos que regulen el desarrollo de la Inteligencia Artificial y de las nuevas tecnologías de la información. Es la fase de la regulación, de la ética y de la educación ciudadana.
En esta tercera fase, un concepto que se está utilizando mucho y al que vale la pena prestarle atención es al de los sesgos. Si bien existen una multiplicidad de sesgos, como consumidores de la información hay algunos de ellos a los que deberíamos estar particularmente atentos: el sesgo de confirmación, de selección, de supervivencia, de confusión o correlación, y el del experto. El llamado sesgo de confirmación quizás sea uno de los más importantes, ya que nos lleva a consumir información que nos agrada, con la que estamos de acuerdo, que está en línea con nuestras creencias, gustos y expectativas.
En la era de la Inteligencia Artificial, de los algoritmos y de la hiper targetización, el sesgo de confirmación se torna cada vez más profundo y, en última instancia, conduce a la radicalización del pensamiento. Porque si solo escucho y valido una forma de pensar, y no la amplío ni la cuestiono, tarde o temprano me construyo mi propia burbuja de pensamiento y me convierto en un ciudadano intolerante. Y cuando deja de haber tolerancia, las bases mismas de nuestra convivencia democrática comienzan a resquebrajarse.
Otro sesgo muy común y que adquirió particular relevancia en el contexto del Covid-19 es el sesgo del experto. Un experto puede opinar sobre su tema de expertise, pero no de cualquier tema. Sin embargo, abundan los ejemplos en los que expertos con amplia trayectoria opinaron sobre temáticas que poco o nada tenían que ver con su formación, y se equivocaron. El problema es que el ciudadano común tiende a creer que como la opinión proviene de un experto, es válida. Todos tenemos derecho a opinar, pero si lo hacemos desde un lugar de expertos, tenemos que hacerlo con consciencia y responsabilidad.
En este contexto, sin duda surge una nueva agenda frente a la información que no podemos descuidar. La necesidad de alfabetizarnos sobre su consumo y de mantener una postura crítica sobre lo que consumimos. Resulta fundamental que comencemos a incorporar las preguntas que nos permiten ser conscientes de la información que consumimos.
¿Cómo nutro mi pensamiento? ¿Tengo presentes las simples preguntas que debería hacerme frente a cualquier contenido: ¿quién lo dice, qué dice y para qué lo dice? ¿En cada nota o artículo, busco indicadores de lo que se denomina periodismo ético, un tipo de periodismo transparente, en el que las fuentes son fácilmente identificables y que no confunde hechos con opiniones, ni evidencia con experiencia? Cuando conformo mi menú informativo, ¿busco salir de mi zona de confort? ¿Acepto estar en espacios en los que se opina distinto a mí? En definitiva, ¿quiero ser un ciudadano informado incidentalmente, radicalizado, o elijo estar conscientemente informado?
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