Estamos en un buen momento para reflexionar sobre otra pandemia, una de la que apenas hablamos y que nos atraviesa igualmente a todos: la de la desinformación. Esta genera confusión y división en un momento en que debería primar la solidaridad y la colaboración para salvar vidas y sobrellevar la crisis sanitaria.
La OMS ha definido a ésta otra pandemia como "infodemia", en parte en referencia a la confusión que nos genera la gran cantidad de contenidos, datos y opiniones a los que estamos expuestos, y que nos afecta en muchos casos con efectos altamente destructivos. Pero también se refiere a la manipulación que viene implícita en la información, supuestamente científica, que está obstaculizando las políticas sanitarias, difundiendo el pánico de forma innecesaria en lugar de concientizar a la población.
Sabemos que el universo de la información ha cambiado abruptamente en los últimos 25 años desde la llegada de internet y se ha acelerado con la irrupción de las redes sociales. Sin embargo, en muchos casos seguimos pensando informarnos como si el ecosistema de la información no hubiera cambiado.
La difusión de información falsa encontró las facilidades técnicas para circular a ritmos inesperados, generando a su vez nuevos términos para analizarla, como fake news, deepfakes o infoxication.
En una nueva economía de la atención, las tradicionales marcas periodísticas enfrentan varios desafíos: la pérdida de la credibilidad, el exceso de información y la implementación de la inteligencia artificial en las redacciones, por no mencionar la crisis de sus tradicionales fuentes de financiamiento, los anunciantes y las suscripciones.
¿Cómo llegamos a este escenario? La popularización de internet a partir de 1995, derribó las barreras que limitaban a los contenidos informativos: el formato y su logística. Esto llevó a la creación de noticias en volúmenes que comenzaron a ser inmanejables para las personas, en cuanto a tiempo requerido para buscarlas y capacidad para absorberlas. Pero también nos llevó a confundir información con entretenimiento, opinión o comentario.
Este universo hoy permite que convivan lado a lado contenidos científicos, coberturas periodísticas, noticias falsas, manipuladas y hasta las más sofisticadas "Deep fake" casi imposibles de ser detectadas por personas, contenidos patrocinados y propaganda, todos estos mimetizados en un único concepto de información.
El exceso de contenidos, las nuevas formas de estar o creerse informado, la pérdida de la credibilidad junto con la aceptación acrítica de lo que se lee, han puesto en segundo plano la validación de la información como una necesidad.
El Covid-19 es la primera pandemia que atravesamos en la era de la post verdad, donde el relato está por encima de los hechos y los hechos se confunden con las opiniones sobre los mismos. En esta era, uno de los problemas que generan las nuevas formas de vincularnos con la información es que la información necesaria y adecuada para enfrentar al virus, en muchos casos no llega de manera precisa al ciudadano.

¿Qué podemos hacer?
En primer lugar, repasar las tres preguntas básicas que tenemos que hacernos frente a cualquier contenido: quién lo dice, qué dice y para qué lo dice.
Debemos tomar conciencia de que por acción u omisión estamos dando opinión sobre los contenidos, y que cuando reenviamos a un otro que recibe, validamos y también nos convertimos en fuentes de esa información.
Estamos en un momento especial, en el cual queremos sentirnos protegidos. La búsqueda de protección nos hace delegar control y libertades, que debemos cuidar con conciencia, atención y sin descuidar jamás nuestra responsabilidad sobre la información. Poder recuperar el sentido de la responsabilidad sobre la información y la tolerancia sobre las opiniones como actores, generadores y consumidores de contenidos, nos inmuniza, nos protege.
Porque, así como la desinformación nos hace vulnerables, nos permite ser manipulados y nos enferma, la información cuando es correcta, nos empodera y nos permite tomar mejores decisiones.
Comments